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.Comió un plato de tallarines con una delicada salsa de aceite y ajo, y luego un buen plato de ternera a la parmesana, todo ello acompañado con un excelente rosado de la casa.—Ha sido una cena estupenda —dijo Pete cuando hubieron terminado.Pagó la cuenta.Fuera, Connie le dio las gracias por la cena y le besó.Caminaron hacia el coche de él, con las manos juntas.Dal aguardó en el asiento del pasajero del Mercedes de Elizabeth.Ella desapareció durante un par de minutos.Luego volvió a surgir de entre las sombras cercanas a la casa y cruzó la calle.Llevaba unos shorts blancos y un jersey con tirantes blanco también.En contraste, su piel parecía muy oscura.Hermosa, pensó Dal.La luz del coche se encendió cuando abrió la puerta.Sonrió mientras subía y la cerraba.El coche quedó nuevamente a oscuras.—No está en casa —dijo.—¿Qué hacemos ahora?—Esperar.—Eso puede llevar horas.—¿Qué prisa tenemos?—Simplemente quiero acabar con esto, eso es todo.—Alguien viene.Bésame.—¿Eh?—Queremos parecer una pareja de novios, ¿no?—¿Acaso no lo somos?—Por supuesto que sí.Él aplastó sus labios contra la abierta boca de ella.Pete condujo a Connie hasta su apartamento.Entró primero, y echó una rápida ojeada mientras Connie aguardaba en el umbral.—Todo está bien —dijo.Entraron en el dormitorio.Ella se arrodilló junto a la cama.—¿Has mirado aquí debajo?—Si te agarra esta vez, dejaré que tire de ti.—La niñita que gritaba: «¡Que viene el lobo!» —dijo ella, y rebuscó bajo la cama.Mientras extraía la maleta, una mano le palmeó el trasero.—¡Dios mío, está atacando por detrás! —No se movió.La mano se apretó contra su falda, se deslizó hacia abajo, y la acarició entre las piernas—.Será mejor que le detengas, Pete.Se está poniendo muy descarado.Ya sabes, luego me subirá la falda y.Eso es lo que él hizo.Y después le deslizó hacia abajo las bragas.Ella sintió su contacto.Dejó caer blandamente la maleta.—Creo que puedo hacerlo más tarde —dijo.Una hora después, llevando unas nuevas bragas y nada más, Connie volvió a arrodillarse junto a la cama.Extrajo la maleta y la depositó sobre el colchón al lado de Pete.Él dio un sorbo a su cerveza y sonrió.—Pareces complacido contigo mismo —dijo Connie.—Lo estoy.—Tienes que estarlo.El siguió bebiendo su cerveza y observándola preparar la maleta.No metió muchas cosas dentro: artículos de aseo personal, unas cuantas mudas de ropa, su traje de baño, media docena de novelas de bolsillo, y su manuscrito.—Todo listo —anunció, y cerró la maleta—.¿Piensas quedarte ahí sentado?—Es el mejor asiento de la casa.—Pero la función ya ha terminado.Se puso unos pantalones de pana y se pasó un jersey de velludillo azul por la cabeza.—Sólo la primera parte —dijo Pete.Saltó de la cama y se vistió.Llevó la maleta de ella hasta la puerta.—Será mejor que me lleve mi coche —dijo Connie—.Tendré que venir a recoger el correo y todo lo demás.—Puedo llevártelo yo.—¿Cada día?—¿Es tan urgente tu correo?—No sabes mucho acerca de escritores, ¿verdad?—Nunca sabré lo suficiente acerca de este.Ella le besó.Luego salieron al porche común y bajaron la escalera hasta el patio.Cruzaron la verja.Pete metió la maleta en el coche de Connie, luego le dio una palmada en el trasero y se dirigió a su propio coche.—¡Ahí llega! —dijo Dal cuando un Jaguar dobló la esquina.—Agáchate.Ambos se agacharon.El suave rumor del motor se hizo más fuerte, luego murió de pronto.Dal se alzó lo suficiente para atisbar por el parabrisas.Vio el Jaguar en el camino que conducía hasta la casa de Pete.Cuando Pete descendió para alzar la puerta del garaje, otro coche apareció al extremo de la manzana.Dal volvió a agacharse.Oyó el motor del Jaguar ponerse de nuevo en marcha.Cuando volvió a mirar, vio un coche distinto en el camino de Pete.El Plymouth Fury de Connie.—Mierda —murmuró.Elizabeth se alzó también y miró fuera.Al otro lado de la calle, Pete bajó la puerta del garaje y se reunió con Connie junto a su coche.Tomó su maleta.Caminaron juntos hasta la casa, y desaparecieron en las sombras cerca de la puerta delantera.—¿Quién supones que es ella? —preguntó Elizabeth.Dal se dio cuenta de pronto de que ella no conocía a Connie.Mejor.Así no se preguntaría qué estaba haciendo Connie, su novia, en casa de Pete., con una maleta.—No tengo ni idea.—Bueno, no importa, a menos que me vea.—¿Y qué ocurrirá si te ve? —preguntó Dal.—¿Quieres que todo se vaya al diablo?—¿Quieres decir si ella te ve?—Eso es lo que quiero decir.No podemos matar a ese tipo sin correr algunos riesgos.Hay un centenar de cosas que pueden salir mal.Tenemos que prevenirnos contra ello, aunque para eso tengamos que hacer pedacitos a cualquiera que se interponga en nuestro camino.—Pero ella es inocente.—No si me ve.—No sé.Dal meneó la cabeza, pensando.Si mataban a Connie, con toda seguridad los periódicos del día siguiente la identificarían.Eso sería el fin de su relación con Elizabeth.Ella vería todas sus mentiras, sabría que él no iba a ser rico, y lo echaría de su lado.Ahora bien, entonces habrían cometido dos asesinatos juntos.Quizá pudiera amenazarla con contarlo todo a menos que ella siguiera con él.—Bien, ya veremos —dijo Elizabeth.Aguardaron.Pronto las luces de las ventanas delanteras se apagaron.—Démosles una hora —dijo Elizabeth.—¿Toda una hora?—No quiero matar a nadie a quien no tengo por qué matar.Démosles una hora, y quizá la chica se quede simplemente en la cama.Dal esperó que las cosas funcionaran de aquel modo.Era posible.Después de todo, Connie no oiría el timbre.Al primer momento, Pete pensó que el timbre formaba parte de su sueño.Luego abrió los ojos en la oscuridad y lo oyó de nuevo.Miró el despertador.Casi medianoche.¿Quién demonios podía estar tocando el timbre a aquella hora?Se asustó.Con el corazón latiéndole violentamente, se apartó del calor del dormido cuerpo de Connie.Se tambaleó en la oscuridad hasta el armario, y tomó su bata de la percha.El timbre sonó de nuevo mientras recorría el largo pasillo [ Pobierz całość w formacie PDF ]